jueves, 7 de agosto de 2014

LENGUAJE

Yo te hablo, tú me hablas,
él te hablará, sí,
pero lo importante es que nosotros hablamos.
Afortunadamente, las palabras ya no me alcanzan.
Desafortunadamente, no puedo dejar de hablarte.
Yo te hablo, tu me hablas.
De nada.
Solo hablamos.

¿Habremos llegado al límite de nuestro lenguaje?
Parece injusto,
pero no lo es.
Llegamos al punto donde todo lo limitado
nos limita.
Frente a nosotros, la más noble insatisfacción de las palabras,
cuya impronta es la de mantener vivo un fuego que todavía no ha sido,
nuestro fuego
que en su hambre de ser
reposa en su eternidad,
eternamente.

Pienso en música.
vibraciones sonoras que todo lo dicen
sin decir nada.
Eso sí que supera a las burdas palabras.
¿Será acaso porque delega a la interpretación
la pureza misma del significado?

Si fue posible para la tradición diseñar un sistema de escritura
capaz de eternizar la faceta trascendental de una melodía,
la notación musical,
solo es cuestión de tiempo para que nosotros desarrollemos el nuestro.
El que nos corresponde.
Siniestro plan maestro del significante
cuyo significado te reclamo.
Tocame, besame, sentime, inspirame.
Quiero tocarte, quiero besarte, quiero sentirte.
INSPIRAME.
Necesito leerte para escribirte, necesito acariciarte para imaginarte,
escupir el gruñido descarnado de tu carne, de tus tripas, de tu risa, de mi prisa.

Necesito tenerte para desearte, necesito tu fuego para encenderme.
Necesito leerte para escribirte,
aquel plan titánico y estrambótico de moldear con palabras todo lo que me resulta ajeno,
aquello que no imagino.
Lo que sos, lo que sentís, el nombre de dios, la melodía de tu voz, los acordes del viento.
Un color que no concibo.
El sollozo de un bandoneón disconforme con el óxido del tiempo.

Detrás de todo eso estás vos.
Que sos todas las palabras y a la vez ninguna.
Vos, nuestro nuevo código y vos,
de sonido sinfónico,
de gramática erógena,
y que por ahora
se escribe en distancias.

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