Algunos alegarán que no tengo suficientes razones para quejarme. No me sorprende. Esos mismos otarios sostienen que debería estar agradecido de poder tenerte al menos aquí, en mi memoria.
El movimiento del universo azotó nuevamente con rigor
devolviéndome a la vieja coyuntura. Acá estoy yo y allá estás vos. El recuerdo
es impotente cuando es hiel lo que corre por mis venas y brota por mis poros.
Ellos, los conformistas de las recreaciones, ignoran la
manera en que se desenvuelve nuestra mente. Olvidan que la memoria impregna de
atemporalidad a sus recuerdos. No son conscientes de que aquello que permanece
en la memoria es tan solo una fotografía del cosmos que nosotros mismos
creamos, en ese preciso lugar, y en aquel preciso instante. Sin embargo, ya no
somos la misma lente que capturó aquella esencia estática, romántica y eterna.
Maldita impotencia. Idénticas razones me impiden, al
reproducir una melodía en el interior de mi mente -sirviéndome aquí de la
memoria-, desencadenar el regocijo excepcional que solo la música viviente en
mis oídos suscita.
Necesito volver a experimentar la disolución de mi ego en tu
esencia.
Lamento que realmente no puedas estar en mi mente.
Aquí solo cargo con algunas migajas que logré robarte.
En el reino del cuestionamiento no hay lugar para tu ternura.
Lamento que realmente no puedas estar en mi mente.
Aquí solo cargo con algunas migajas que logré robarte.
En el reino del cuestionamiento no hay lugar para tu ternura.
Demente impotente.
El recuerdo más perfecto es, después de todo, aquel látigo con el que uno se autoflagela hasta el reencuentro, o hasta el olvido.
El recuerdo más perfecto es, después de todo, aquel látigo con el que uno se autoflagela hasta el reencuentro, o hasta el olvido.
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